25.4.06

viii - de la familia

La familia tipo es así.
En los buenos momentos, en los éxitos, en la prosperidad: "Mi hijo se recibió"; "Ascendieron a mi hija"; "El nene me salió campeón con el equipo"
Pero en las malas, en los momentos de histeria, en los contratiempos: "tu hermana (su hija) llega siempre tarde"; "tu madre (su mujer) gasta lo que no tiene"; "tu padre (su marido) siempre quiere tener la razón"; "esta/e pendeja/o (su hermana/o) hace simpre lo que quiere"; "no sé de dónde saca esas ideas tu hijo (y el suyo).
El problema más insignificante puede licuar la sangre más espesa. Pero no es maldad. Es casi una forma inevitable de comportamiento: la tentación de tirar la primera piedra. Aun así, cada familia es, en verdad, un mundo, y cada integrante una pequeña nación que, de vez en cuando, declara una guerra sutil y dialéctica, con aliados, traidores e intermediarios.

hijo: mamá, quiero comprarme un amplificador de cincomil pesos.
madre: estás loco. No tenemos esa plata, y vos mucho menos.
hijo: ¡pero lo sacan con la tarjeta y yo pago las cuotas! Es el mejor que hay...
madre: pero debe haber buenos y más baratos. Cincomil es una locura, tu padre nunca va a aceptar, y yo no estoy de acuerdo tampoco...
hijo: pero...
madre: y punto.

luego, a la noche, en la alcoba matrimonial:

madre: Hijo necesita un amplificador de cincomil pesos.
padre: ni en pedo. Que vaya a laburar.
madre: pero se lo podemos sacar con la tarjeta y el pagaría las cuotas. Es el mejor que hay, sin eso no podría tocar, se frustraría, y la terapia nos costaría mucho más...

Hijo recibe al mes siguiente su amplificador de cincomil pesos.

20.4.06

vii - de un mensaje recurrente

El microcentro está lleno de locos. Miren bien, están por todas partes. No hablo de los locos de trajecito y celular. Hablo de los otros, de los perdidos. De los que alguna vez fueron alguien y ahora no son absolutamente nada. Son los animales salvajes del centro, son los residuos de la guerra cultural. Andan en trance, atormentados por los fantasmas que los despojaron de todo. A veces se corta el rugido del tránsito y la voz del loco hace eco entre el cemento. Siempre son puteadas; los locos putean a todo lo que se cruzan. Los ignoran, los ningunean, pero ellos nos avisan a nosotros que somos los futuros locos. Son locos apocalípticos, gente muerta que a los gritos nos está advirtiendo algo.

13.4.06

vi - sobre festejos y cánticos

Independientemente del tenor de la fiesta, del ánimo del festejado y del calibre, número y naturaleza de sus invitados, en todos los cumpleaños se repite un idéntico ritual: se apagan las luces, caen algunos vasos por la torpeza de los que conocen poco la casa y la disposición de los muebles, entre el caos y el griterío se alcanzan a distinguir las palabras tres deseos o hagan lugar en la mesa; alguien pide más bebida, alguien pregunta de qué está rellena la torta. Se prenden una o más velas o cualquier otra cosa que pueda cumplir esa función y todos cantan al unísono la más siniestra de las melodías que haya creado el hombre: el Feliz Cumpleaños.
El más extrovertido o el más borracho de la fiesta comenzará a vociferar el cántico, acompañándose con las palmas. Lo seguirá, de mala gana, el diez porciento de los invitados. El resto sólo aplaudirá durante y al final de la interpretación. Nadie entonará jamás. Nunca se pondrán de acuerdo entre decir el nombre del homenajeado, su apodo o su nickname. Pocos comerán torta.
El Feliz Cumpleaños es una canción fea, lúgubre y musicalmente nefasta, y cantarla es de lo más engorroso. Pero si llegase a faltar este hito en la celebración, el cumpleañero seguramente echaría a todos sus invitados de su casa y se encerraría en su habitación a mirar viejas temporadas de Friends y a llorar desconsoladamente hasta el día siguiente.

7.4.06

v - de cierto tipo de tráfico aéreo

La mayoría de la gente que habita en esta ciudad no sabe que si uno camina por la calle mirando hacia arriba tarde a la noche, cuando la oscuridad se burla del paupérrimo alumbrado público, se pueden ver decenas de ratas corriendo como malabaristas por los cables de alta tensión. No todas juntas, por supuesto. Hay que tener paciencia y perseverancia, como cuando uno caza estrellas fugaces. Pero, como con las estrellas, la paciencia nos regala un espectáculo digno de verse.

3.4.06

iv - de la infamia de la lluvia

La gente le teme a la lluvia y la considera una prepoteada del clima. De ella se defienden con un paragüas.
Un paragüas es un objeto absurdo e indispensable casi en medidas iguales, como un reloj o un sombrero. Tener un paragüas no es sólo tener una ridícula e ilusoria manera de protegerse de la lluvia; es también tener la responsabilidad de no perderlo u olvidarlo, de cuidar que no se rompa y de aprender el fino arte de domar el viento y caminar por veredas como pasarelas incómodas e ínfimas. Es tan estrecho el vínculo que las personas entablan con su paragüas como inentendible la facilidad con que los abandonan en cualquier esquina cuando consideran que ya no les sirve. La relación de las personas con su paragüas y con el resto de las personas es de una semejanza terrible.

iii- acerca de un error de ubicación

Yo no sé por qué, vulgarmente, se le adjudica al corazón la facultad de sentir los efectos del enamoramiento, cuando cualquiera que se haya enamorado, al menos una vez y como Dios manda, sabe perfectamente que el amor no se siente en el corazón, sino en el estómago.

2.4.06

ii - sobre la noción del tiempo

El despertador no suena, abro los ojos sola y el reloj marca las nueve pero yo sé que no son las nueve, que es apenas más tarde, las nueve y cuarto y estoy absolutamente convencida de ello. Miro el reloj del celular y en efecto, son las nueve y cuarto. El reloj se detiene pero yo sigo su marcha, yo soy el reloj. Me sorprende que haya gente que crea que puede huirle al tiempo. Es simple y aterrador. El tiempo está dentro de uno.