
El más extrovertido o el más borracho de la fiesta comenzará a vociferar el cántico, acompañándose con las palmas. Lo seguirá, de mala gana, el diez porciento de los invitados. El resto sólo aplaudirá durante y al final de la interpretación. Nadie entonará jamás. Nunca se pondrán de acuerdo entre decir el nombre del homenajeado, su apodo o su nickname. Pocos comerán torta.
El Feliz Cumpleaños es una canción fea, lúgubre y musicalmente nefasta, y cantarla es de lo más engorroso. Pero si llegase a faltar este hito en la celebración, el cumpleañero seguramente echaría a todos sus invitados de su casa y se encerraría en su habitación a mirar viejas temporadas de Friends y a llorar desconsoladamente hasta el día siguiente.